RÉQUIEM POR UN LEGIONARIO
Una agresión el pasado verano acabó con la vida de Pedro Delgado Medina, un anciano que formaba parte del paisaje de la plaza de las Flores. El autor del empujón que le mató no ha sido identificado
Pedro Delgado Medina, Pedro ;El Legionario.
El
rostro abrasado del anciano descansa sobre el quemador encendido de la
vitrocerámica. Lleva en esa posición casi
una semana, mostrando al techo el fuerte golpe en la parte de atrás del
cráneo. Apenas queda nada de sus rasgos. Al lado, una taza y una bolsa
de tila; al fondo, el desorden gobernado por una colección de gorros
marciales. Es el 5 de agosto de 2009. La Policía ventila el fuerte olor
a muerto en el bajo de la calle Arbolí.
La casa de vecinos de la calle Hércules en los 40 era un jolgorio de
niños y el Mentidero, el salón de juegos de los chavales del barrio.
Pedro es el mayor de los hijos del matrimonio Delgado Medina. Duerme con
sus padres y sus cinco hermanos en dos habitaciones, pero vive en la
calle con su inseparable amigo José Manuel. Su mayor diversión es
disfrazarse. Sus hermanos pequeños le adoran.
El padre de Pedro se considera afortunado. Tras la guerra escapó del
hambre en Medina Sidonia y se trasladó con su mujer a Cádiz a probar
suerte. La tuvo porque encontró trabajo en el astillero y casa en un
barrio donde los vecinos le aprecian. Pedro va creciendo, se gana algo
de dinero haciendo chapuzas, pintando paredes. Con su amigo José Manuel
fabula conocer mundo porque el mundo, más allá de la plazoleta, tiene
que ser grande y divertido. Deciden enrolarse en La Legión. José Manuel
volverá años después de África a la casa de la calle Hércules, subirá
las escaleras y se tirará por el hueco.
"Fue La Legión la que le descolocó. No perdió su alegría y su buen
humor, pero regresó cambiado, muy cambiado. Iba a su aire. Estuvo un
tiempo ganándose la vida pintando, como antes, pero le tiraba la calle y
siempre el recuerdo de La Legión". Son los inicios del personaje que
será conocido en todo Cádiz como Pedro el Legionario, un habitual de la
plaza de las Flores que hasta el último día movería su bastón
reglamentario de colorines y haría
instrucción por la calle Ancha, arriba y abajo, que soplaría la
trompeta, que entonaría con la armónica el himno de la Guardia Civil y
de La Legión con precisión.
Miguel, uno de sus hermanos pequeños, es quien reflexiona sobre lo que
La Legión obró en la cabeza de su hermano. Lo hace en el salón de su
casa ante una voluminosa carpeta en la que guarda todos los papeles
relacionados con Pedro, desde las solicitudes de pensión a la asistencia
social pasando por la batalla legal por conseguirle un techo cuando el
casero le echó de la casa de la familia para demolerla y vender el
solar. Pedro generaba mucho papeleo y eran sus hermanos los que estaban
pendientes, los que se encargaban de limpiarle su casa de la calle
Arbolí, los que vigilaban sus pasos. "Era su
vida, le gustaba estar en la calle, hablando con la gente. Casi siempre
iba con una cerveza de más, es cierto, pero jamás molestó a nadie. Era
un hombre muy dulce". Recuerda Miguel el día que un conocido le dijo que
había visto a Pedro durmiendo al raso en la Zona Franca. Quizá fue una
de las pocas veces que regañó a Pedro: "Teniendo la casa de tu hermano,
cómo se te ocurre dormir en la calle..." .
Poco sabe Miguel de los catorce años de Pedro en La Legión. Que fue
cornetín de órdenes, que en varias ocasiones fue trasladado a El
Aiun a la espera de un combate que nunca se
produjo... De sus hazañas, la primera que se le viene a la cabeza es
aquella en la que tuvo una porfía con otro legionario sobre quién era
capaz de beber más whisky. Pedro se bebió
dos botellas y acabó en el hospital. De mujeres, sabe que tuvo tres
novias y que ninguna resultó. Y su regreso a Cádiz desde Melilla a
principios de los 80, desorientado, sin saber a qué dedicarse, viviendo
en su eterna Legión, tansformándose cada día
en un personaje diferente. Como de chico con su amigo José Manuel, como
anclado en una permanente niñez, seguía jugando en la calle a
disfrazarse. Y entonces ya no era un niño, sino un personaje de la plaza
de las Flores, un anciano de barba blanca que trasegaba cervezas y que
nunca escapó de La Legión. Y ahora tocaré con mi armónica el novio de la
muerte.
Mercedes es una de las floristas de la plaza y recuerda a Pedro: "El era
muy tranquilo. La gente se metía con él, pero en plan bien, riéndose un
poco de La Legión y eso. Yo creo que a él le gustaba. El año pasado la
plaza se llenó de mendigos y, cuando se mareaban, empezaban a darse de
botellazos. Pasábamos miedo porque había muchas peleas entre ellos, eran
muy violentos. Ahora están más tranquilitos".
En una de las esquinas de la plaza, en el mismo sitio en que ahora otros
transeúntes alimentan palomas con pan de molde, un grupo de mendigos
empezó a reírse de él. Se escucharon los gritos de ese alemán que
siempre vociferaba contra Franco. De repente, Pedro acabó en el suelo.
Alguien le había empujado. Nadie vio quién fue. Fue ayudado a levantarse
por los comerciantes. Regresó dolorido a su casa. En algún momento se
sintió mal, muy mal. Pensó que la tila le calmaría. Encendió el fuego.
Y, a continuación, Pedro el Legionario murió. Tenía 71 años.